CRÓNICA DE UN VIAJE A PIRINEOS SUR
Ayer por la mañana, tras hablar con Ainhoa Camino, me fui a Formigal. Tenía una comida y una entrevista con el director de Pirineos Sur, Luis Calvo. Me gusta mucho salir hacia el corazón de las montañas con tranquilidad, con tiempo: habíamos quedado a las tres y salí de Zaragoza hacia las doce y cuarto. En el coche, además de la voz de David Marqueta y de Mónica Farré, llevaba ‘La piel de Sara’ de Javier Ruibal y el último disco de Marianne Faifhfull, entre otros. Ruibal me dedicó ese álbum poco después del nacimiento de mi hija Sara. Me dijo: “La canción que da título al disco cuenta la historia de una prostituta pero es una historia tierna”. Narra la vida de un mujer, con ojos de color candela y esas cinturas que hacen enloquecer a su paso (como suele ocurrir con las mujeres de las canciones de Ruibal: pienso en ‘La reina de África’), que recibe a los maduros y a los escolares, y tiene una historia de amor con el joven hijo del comisario. Eso sonaba aquí y allá, camino de Almudévar, y de nuevo al pasar por el Monrepós, donde sucedió eso que nunca deseas: un camión de muchas toneladas te sigue los pasos y parece que de un momento a otro se te va a empotrar en los descensos vertiginosos o incluso en el túnel donde te piden ir a 40 y eres incapaz con esa sombra detrás. Sospecho que recibiré alguna multa y habré perdido algún punto.
Cuando dejas atrás Sabiñánigo y tomas la dirección de Biescas ya se impone, por completo, la grandiosidad pirenaica: ese país de montañas y de celajes. Me encanta Formigal: creo que nunca lo había visto así, como ahora, despojado de nieve. Los montes parecían praderas tamizadas de luz, praderas peinadas por una suave brisa de cumbres, abismos y roquedales que pugnan en un arduo tránsito entre el llano y el cielo. Por allí andaba José Luis Cortés, que esperaba a Omara Portuondo, la gran y menuda dama cubana, esa mujer de cristal y rabia a la que oí cantar en el Teatro Nacional de La Habana en el verano de 1997: dedicaba sus temas a los amigos de Matanzas, de Trinidad, de Camagüey, de Cienfuegos, de Santiago o de Cumanayagua, un lugar con castillo y perpetua luna que certifica la existencia del realismo mágico. Entonó ‘La Era está pariendo un corazón’, y el mundo pareció desplomarse en el corazón del teatro. Qué garganta de luz y de bambú. José Luis estaba muy contento, y me dijo algo bonito: “Luis Calvo siempre cuenta con nosotros para trabajar. Es de los pocos que cuenta con los managers de la tierra, y eso hay que agradecérselo”.
Por Formigal, en esa mar de músicos de distintos lugares del mundo (vi a un senegalés que aún llevaba el ritmo en el cuerpo tras la parranda de la noche anterior), estaba Gonzalo de la Figuera, que elogió el proyecto de Biella Nuey y un grupo de músicos de Casablanca, “para mí ha sido la gran apuesta del festival, algo maravilloso, que ha funcionado espléndidamente, y tengo la sensación de que lo han valorado más fuera que dentro”. Gonzalo es un asiduo de Pirineos: vive allí su pasión por los sones de la tierra, por la convivencia de músicas y de músicos. Gonzalo es letrista, músico y crítico musical de 'Heraldo de Aragón'. Conoce como nadie las mágicas noches de Sallent de Gállego y las del pantano de Lanuza, que es un lugar realmente espectacular. Uno de los músicos calificó ese escenario como el mejor al aire libre de la tierra. En la comida, se habló de todo. Estuvimos Luis Calvo, el director del festival, el viajero incansable, el buscador de músicas, líneas de investigación y de compromisos con otros certámenes; Ainhoa Camino, una donostiarra que ha convertido a Jaca en su casa, desde la que imparte lecciones de cariño y de periodismo en compañía de Juan Gavasa; Montse, la compañera de Luis, traductora, free lance del universo de la música y del cine (está muy vinculada al Festival de Huesca desde hace años), y lectora apasionada de Jesús Moncada, que es su escritor favorito y del que dice que posee un hermoso y complejo y fascinante catalán, Gonzalo y yo. Hablamos de todo: de los grandes conciertos, de Aragón, de música, radio y televisión, de política, de numerosos intérpretes, de amigos como Isidro Ferrer, Pepe Escriche y Alberto Sánchez, e incluso de fútbol. O de los lugares del mundo donde Luis y Montse habían visto, en el canal satélite, programas como ‘El reservado’ o ‘Borradores’, entre otros.
Fue una estupenda tertulia. Luego hicimos la entrevista, muy cerca del periodista musical que es Rubén Caravaca, el hombre que lo sabe casi todo del festival y de la música. Y bajamos a hacer fotos, que tomaría Marta Marco, en Sallent de Gállego, en el puente, y luego en el escenario de Lanuza. Me encantó el escenario y el montaje de Sallent, los puestos del mercadillo, los restaurantes de casi todos los lugares, la alegría de la gente, la camaradería, el clima de convivencia y de trasvase de emociones, la solidaridad y la atmósfera multirracial. Me gustó ese ámbito: la proximidad de las colinas, las casas, me gustó mucho estar en la tierra de Fermín Arrudi, uno de mis personajes más queridos del Aragón del siglo XX.
Mientras esperaba las fotos de Marta Marco, me encontré con la fotógrafa Pilar Hurtado, el crítico musical y escritor Javier Losilla, y su nena Alba, rubia y preciosa, completamente empadrada. Javier está muy bien, cariñoso como siempre, es un estupendo amigo desde hace casi veinticinco años: coincidimos en ‘El día’ y ‘El Periódico de Aragón’; es un asiduo de Pirineos Sur y uno de los habituales de sus espléndidos catálogos, cuyo motivo diseñó Isidro Ferrer y luego él y otros artistas han ido realizado variaciones a lo largo de las 18 ediciones.
Amenazaba tormenta de verano. El tiempo no ha favorecido las actuaciones. Hablamos de Compay Segundo, de Manu Dibango, de Youssou N’Dour, de Ismael Lema, de formaciones de mil y un lugares, de Marianne Faithfull, que ofreció un espléndido concierto, de la ilustradora Sonia Pulido, que hizo el cartel del Festival de Cine de Huesca de 2009. Poco antes de la despedida, volvieron a asomar a la conversación escritores catalanes y aragoneses: Jesús Moncada de nuevo, y sus traducciones en el mundo, Mercè Rodoreda, Pere Calders, Manuel de Pedrolo, etc.
Salí a las nueve de la noche. Tuve un viaje tranquilo. Con Marianne Faithfull, con muchos otros. De repente, me enteré de que España era transformada grotescamente, hacia los insoportables tonos del humo y del negro en verano, por el fuego. Mi suegra y mis cuñados y mis sobrinos habían tenido que marchar de Ejulve, el incendio avanzaba por Majalinos y por La Zoma y por Aliaga, y obligó a desalojar las viviendas. Llegué a las doce de la noche y aquí estaban todos, en casa, cerca de la piscina, bajo el cielo constelado, contando su inesperada fuga. Mi cuñado José Antonio fue el único que tuvo tiempo de preparar su ropa interior. Él, que sueña que vuela y no aterriza nunca y que se acompaña de una máquina ruidosa de oxígeno. José Antonio Ortuño, mi concuñado de Orihuela (Alicante), como a él le gusta decir. “Tú eres mi concuñado”.
*Se me ha estropeado mi correo habitual de antoncastro.blogia.com. Víctor Gomollón me ha escrito amablemente recordándome que él es el diseñador del cartel de este año y de los dos últimos catálogos de Pirineos Sur y aquí queda constancia de ello. La foto es de Allan Jenkins.
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