EVOCACIÓN DE MIGUEL LABORDETA
El primer día de agosto de 1969, de sol y asfixia, de una punzante y sigilosa herida en su corazón de enamorado perpetuo, fallecía en su Zaragoza Miguel Labordeta. Tenía 48 años y un cuerpo orondo, probablemente vencido, de alguien que ha leído mucho, que ha sesteado ante una vieja calavera metafísica y multitud de libros, y que se ha asomado al Ebro misterioso que culebrea hacia el mar a la altura de sus amados baños de Helios. Miguel Labordeta fue un tímido que se atrevió a cantar con todos con palabras caudalosas, como un río incesante de adjetivos y de sustantivos que se despliegan en un salto de agua, a oleadas. Fue un morador perfecto de Zaragoza; visitó los cines y el Niké, y frecuentó los tranvías, experimentó la desolación de que fallasen, a la vez, el Real Zaragoza y Ricardo Zamora, y poco a poco, verso a verso, se buscó en el fondo del espejo, quiso saber quién era aquel joven que firmaría ‘Sumido 25’, ‘Violento idílico’ o ‘Transeúnte central’, libros de una poesía telúrica y expresionista, de gestos surrealistas y un arañazo casi tribal del páramo. Miguel Labordeta fue un caudillo de la poesía y a la vez un embajador de sus soledades: amó a algunas mujeres y no fue correspondido, perdió la cabeza por la joven alumna Pilar-Berlingtonia, pero al final de la noche, envuelto en su bata roja y en humo, se encerraba con sus poetas chinos favoritos y con sus revistas. Pablo Serrano lo vio y se enamoró de grandiosa cabeza, y la esculpió como labrada en interrogantes. Luego, cuando falleció aquel primer día de agosto, sería Paco Rallo el encargado de realizar su máscara mortuoria. Miguel, huidizo y secreto, conocía como Pessoa la fuerza de las máscaras, el dolor de vivir con uno mismo en busca de un verso definitivo. Por eso lo recordamos, a él y a su maleta de domingo en la hora del adiós de hace 40 años. *Este texto apareció ayer domingo en la sección ‘Cuentos de domingo’ de ‘Heraldo de Aragón’. Lo traigo aquí porque mi bitácora habitual, antoncastro.blogia.com está bloqueada. No puedo entrar ni escribir en ella. Esta interpretación al retrato pertenece a Miguel Labordeta.
0 comentarios