ARRABAL, Y BEBO Y CHUCHO VALDÉS DE CUBA
No he tenido mucho tiempo de escribir estos días en el blog. Ni tampoco ahora: estoy cerrando un prólogo de un libro de Rolando Mix Toro, que ya urge para su publicación, pero no quería dejar sin comentario dos o tres experiencias muy bellas que he tenido esta semana, que hemos tenido algunos integrantes de Borradores: los cámaras Diego y Jorge, la realizadora Teresa Lázaro, la redactora Ana Catalá Roca y yo.
El martes habíamos concertado una entrevista con Fernando Arrabal en Huesca, una vez que éste hubiera atendido a los medios que tenían que hacer la información ese día. Llovía, había un tráfico inmenso, y Arrabal, nos dijeron, había llegado cansado, sin muchas ganas de hablar. Óscar Senar, el joven periodista de Heraldo de Aragón en Huesca, me dijo que le había dicho: “Me cae usted muy simpático, pero no tengo respuestas para sus preguntas”. Le preguntó por la irreverencia, entre otras cosas, algo para lo que sí Arrabal tiene respuestas, sin duda. Finalmente, tras la presentación del estupendo libro La cocina caníbal de Roland Topor (Tropo Editores), tras saludar a algunos amigos (José Domingo Dueñas, Isidro Ferrer, Luis Lles, Juanjo Javierre, Carlos Grassa Toro, Raúl Herrero, Esther Fernández Echeverría…), pudimos hablar con Fernando Arrabal, merced sobre todo a la delicadeza, el poder de convicción y el cariño de Teresa Sas. Lo entrevistamos en una sala rosa, donde colgaba la muestra de cómic que coordina Bernardo Vergara. Arrabal, sin ser tan simpático como lo fue luego en su conferencia-confesión improvisada, estuvo estupendo: habló del Diccionario pánico, de su padre y de la ley de la memoria histórica, de su amistad y contactos con artistas como Picasso, Magritte, Dali o Marcel Duchamp (con quien jugaba al ajedrez), habló de sus compañeros del teatro pánico, habló de patafísica y recordó al poeta Antonio Fernández Molina, a quien definió como uno de los mejores poetas no solo de España, sino del siglo XX en toda Europa.
Arrabal estuvo sincero y reflexivo, justo de teatralidad, podríamos decir, y reveló una de sus aventuras de su vida: la infructuosa e inagotable búsqueda de su padre, que huyó de cárcel en cárcel hasta que desapareció. Fernando Arrabal hijo habló de Fernando Arrabal padre con emoción, con admiración y con pena. “Mi padre ahora tendría más de un siglo, y ya he dejado de buscarlo, pero su historia es especialmente conmovedora. Él declaró su lealtad a la II República el 17 de julio de 1936 y hubo de pagar por ello”.
El miércoles di la tercera clase de “Escrituras de mujer” en la Casa de la Mujer. Primero leímos las composiciones sobre la figura del padre que habían escrito las alumnas. Los textos son buenos: hubo poemas breves y misteriosos, pequeños relatos, perfiles, incluso una compañera rescató un poema que había escrito a los 18 años, hace más de veinte ya, y leyó una pieza muy interesante: contaba la historia, o la ubicación, de una joven que se asomaba a la ventana y contemplaba el paso del padre, las horas de trabajo, la relación con los compañeras, a la vez que oía los ruidos, que escuchaba el latigazo del viento y de las máquinas, a la par que las poderosas sombras de la noche se cernían sobre ella con un acento de melancolía. Luego hablamos de Marguerite Yourcenar: leímos fragmentos de Fuegos, sus poemas elípticos de amor y dolor, fragmentos de Alexis o el tratado del inútil combate, el cuento de Cornelius Berg, que integra los Cuentos orientales, y dos o tres fragmentos más de Memorias de Adriano y de Opus Nigrum. Tuve la sensación de que Yourcenar, tan intelectual y reflexiva, tan poética como precisa, tan erudita, no caló igual que Mercè Rodoreda o Sylvia Plath. De repente, cuando nos íbamos tras dos horas de viaje alrededor de una escritora, alguien dijo que durante algunos años un buen amigo le mandaba cada cierto tiempo fragmentos y poemas en prosa de Fuegos. Fue un bello colofón. Este miércoles nos espera Patricia Highsmith.
Esa mañana, para Borradores, logramos entrevistar a Chucho y Bebo Valdés. Fue una entrevista de media hora. Tocaron para nosotros y disfrutaron de lo lindo: los dos exhiben una complicidad y un cariño que resultan conmovedores. Bebo explicó cómo era el niño Chucho: poseía un oído absoluto, se sentaba al piano y era capaz de reproducir cualquier sonido; a los 16 años ya estaba de pianista solista en su orquesta. Chucho dijo que su padre era asombroso: hacía muchas cosas, tocaba, coordinaba a los músicos, le enseñaba y, sobre todo, corregía los arreglos en la mesa de la cocina en un santiamén. Se fue de Cuba en 1960 y se reencontraron 18 años después, hasta que Fernando Trueba volvió a reunirlos para Calle 54. Les preguntamos qué había significado el piano, qué decía el piano al sonar. Y dijeron: “Llanto, llanto y llanto”. Fue una experiencia inolvidable que engrandeció ante mis ojos el concierto del jueves.
Fue un concierto feliz en el Festival de Jazz, luminoso, intenso, de una rara hermosura. Chucho Valdés es uno de los grandes pianistas del mundo: uno de los cinco mejores, sin duda, de la esfera del jazz y la música popular y de raíz. Por cierto, él admira mucho a Hill Evans, Art Tatum y Theolonius Monk. Un talento inmenso: sus dedos no tocan las teclas, vuelan sobre ellas, las acarician, son como pájaros de vértigo, auras tiñosas de la ejecución. Toca excepcionalmente: hace lo que quiere, juega, inventa, se explaya, improvisa, sueña, corretea como el aire, y hace hablar al instrumento. Le hace hablar y le extirpa emociones, suspiros, gritos, una intensidad sin adjetivos. Bebo es el artista de los largos dedos que solo se siente feliz ante el instrumento. Es un niño codicioso de más música. El concierto fue un compendio de cosas: de amor al hijo, de reconocimiento en el padre, fue un elogio desaforado de la música, un repaso y un tránsito al jazz, a la música popular afrocubana, a la música clásica. Fue todo un alarde en el que sonó una y otra vez la melodía del corazón. El público se reconoció en el recital y en lo mucho que significaba ese “Juntos para siempre”.
Bebo y Chucho Valdés tienen una aleación química con la música. Son música, son estridencia, son pálpito. En sus dedos, los dos pianos suenan como una orquesta que enarbola los sentimientos y los esparce para abarrotar el mundo.
*Esta foto de Bebo y Chucho Valdés, que realizan la gira "Juntos para la siempre", título del disco homónimo, pertenece a la agencia EFE.
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